David Kessler ha publicado diversos libros sobre grief, cuya traducción sería duelo, aflicción o dolor. Este tiene varios niveles. Desde la incertidumbre por un mundo que ha cambiado, pasando por la ansiedad, la negación y luego la aceptación de la pandemia hasta el control adquirido por el lavado de manos, por mantener la distancia, por el trabajo remoto, por comprar lo necesario, por quedarse en casa. El sexto nivel, sin embargo, nos impulsa a maneras diferentes y más empáticas de responder.
El Gobierno ha liderado esta etapa aplicando un plan económico muy audaz, sin precedentes, poniendo como prioridad la salud de todos los peruanos, según palabras de la ministra de Economía, María Antonieta Alva. La solidez macroeconómica, luego de tres décadas de disciplina fiscal y de aprovechamiento de la globalización, permitirá aplicar medidas de estímulo y apoyo social por más de 25,000 millones de dólares equivalentes al 12% de nuestro PBI. El costo del necesario y oportuno estado de emergencia, según el IPE, significa la paralización del 50% del PBI.
Las libertades individuales de todos los peruanos han colocado por delante al bienestar de la comunidad, se ha recuperado no solamente el respeto y solidaridad con el prójimo, sino también un nuevo sentido de autoridad con el Gobierno, Policía y Fuerzas Armadas. Nos duele tener más de 30,000 infectados, 33,000 detenidos y, en especial, cada uno de los fallecidos. Nos preocupa mucho la supervivencia de las empresas y la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo.
Hoy estamos, como sostiene Harari, frente a una crisis global en la cual las decisiones que las personas, empresas y Gobierno tomen en las próximas semanas probablemente darán forma a nuestra realidad económica, social y política de los próximos años. Este momento representa una gran oportunidad de cambio para las empresas, consumidores y sociedad.
La crisis va a pasar y los líderes responsables tendrán una verdadera ventaja competitiva para sus empresas e instituciones, una vez que la economía se reactive. La sociedad necesita que las empresas e instituciones sean impulsores de soluciones y los consumidores confiarán en aquellas que tengan un propósito elevado con valores sociales y éticos. Los empleados necesitan un trabajo digno que los desarrolle profesionalmente y los proveedores de apoyo para poder sobrevivir a la crisis.
Tenemos ya consensos sobre la relevancia de la salud y la educación, sobre la necesaria reducción de la informalidad y el incremento de la competitividad, así como sobre la priorización de las inversiones en proyectos de infraestructura y saneamiento. Recordemos que toda crisis tiene una fecha de vencimiento, una solución y un aprendizaje.
*Artículo publicado en el Diario Gestión en la sección Opinión, 6 de abril de 2020.