En una hipotética biblioteca obligatoria de un estudiante de psicología del siglo XXI, debería haber un libro de Oliver Sacks (1933-2015). La frase puede sonar impositiva, pero es un simple acto de reconocimiento a uno de los médicos más lúcidos de nuestra época, que supo transitar con destreza entre la neurología, la literatura y el estudio de los procesos psicológicos. Interdisciplinario por definición, los conocimientos de Sacks expresados en una escritura abierta a la divulgación científica, seguramente puedan ser considerados como una de las cimas de las narraciones de casos clínicos de las últimas décadas.
¿Qué debemos a este neurólogo de origen británico que pasó su infancia en una Londres sitiada por los bombardeos de la segunda guerra mundial? En primer lugar, el hecho de haber ampliado la comprensión de los vínculos entre el cerebro y la mente, evitando el culto al simple diagnóstico, y buscando siempre alcanzar una de las artes más difíciles en el campo de ciencias de la salud: reconciliar a las personas con sus condiciones biológicas, ofreciendo rutas de aceptación y medios para transformar una limitación en una forma de vida.
Radicado en Nueva York desde 1965, realizó estudios de un cuadro denominado encefalitis letárgica, que relató en el libro titulado Awakenings (Despertares), el cual fue llevado logradamente al cine bajo el mismo nombre, en la recordada película (1990) protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams.
“La isla de los ciegos al color” se titula uno de sus 17 libros que resulta un homenaje extraordinario a los estudios de la percepción. Sacks parte de un hallazgo digno de una historia de ciencia ficción: un atolón llamado Pingelap en el medio del océano Pacífico, donde una parte de sus habitantes, ajenos a todo intercambio con otras culturas y pueblos, “heredan” genéticamente la acromatopsia. Sus vidas, rituales, amores y dioses, son percibidos siempre en blanco y negro. Preservados en una extensión de 1, 8 km cuadrados, Pingelap es un mundo idílico y exuberante semejante a Robinson Crusoe, paraíso para los genetistas, ya que su población ha logrado mantener fruto de su aislamiento no solo sus costumbres sino un “defecto” orgánico que impide la percepción cromática (a colores).
En ese contexto, la línea demarcatoria entre normalidad y anormalidad a nivel perceptivo, se difumina. Si como afirmaba el filósofo Berkeley en el siglo XVIII, existir es ser percibido, los habitantes de Pingelap, existen en blanco y negro. Asumiendo que la percepción es la organización sensorial de los estímulos externos, Sacks nos revela cómo los paisajes naturales de esas islas se convierten en paisajes mentales. El mundo, la flora, fauna y los arrecifes, se presentan y habitan en escala de grises. Una ética de la comprensión de las diferencias biológicas y culturales respira en la obra este neurólogo, quien busca conciliar el asombro con el estricto conocimiento científico, componiendo retratos que nos cuestionan cómo miramos a los otros, a nosotros mismos y bajo qué premisas definimos la vida humana.