Se hace tan lejano pensar en los tiempos de clases presenciales. Con nostalgia, recordamos el atravesar el umbral del campus, y tras recorrer paisajes cotidianos, llegar finalmente a un umbral particular: nuestra aula. En arquitectura, un umbral marca un límite, definiendo qué se encuentra en el interior y qué en el exterior. Dar el paso adelante, atravesar el umbral hacia el interior de este espacio, hacía que nuestra emoción aumente: veíamos cada rostro y sonreíamos.
Hoy tenemos un umbral diferente, un umbral pequeñito pero muy presente: un umbral-pantalla. El abrir ese umbral virtual también nos emociona, y aún cuando no vivamos exactamente la misma experiencia, sabemos que el atravesarlo nos enfoca y hace que saquemos lo mejor de nosotros. Cuando estamos frente al umbral-pantalla, esperamos pacientemente y es nuestro corazón el que se activa en la espera, con ansias de (re) encontrarnos con nuestros estudiantes, tal como sucedía en aquella época anterior. Y es que, en una sesión de clase, los umbrales que atravesamos no necesariamente son físicos… son de descubrimiento.
Cada vez que atravesamos el umbral de descubrimiento percibimos un espacio diferente; y, si estamos realmente presentes, nos sumergimos en una dinámica en la que demostramos que somos seres de emoción y tradición. ¿Cómo saber si nos sumergimos en ello? Pienso que sucede en aquel momento cuando se generan acciones continuas con una gran dosis de emoción y que quedan grabadas en nuestra memoria, conectando directamente con nuestro corazón. Me refiero a aquellas acciones que, al repetirse, se convierten en tradiciones diarias que nos hacen ser nosotros mismos y también parte de un grupo. Este es un punto importante y creo incluso indispensable para el aprendizaje dentro del aula, porque el aprendizaje viene de un intercambio, un compartir, no sólo de conocimiento; sino también de emoción y conexión entre nosotros.
Si nos percatamos, en nuestro día a día, tenemos presente esta triada de umbral, emoción y tradición; llegando incluso a convertirse en momentos sagrados. ¿Cómo podríamos activar esta triada en nuestras sesiones de clase, en esta coyuntura? Generar tradiciones con nuestros estudiantes, colocar nuestra emoción en ello, podría resultar sencillo; pero paradójicamente nuestro umbral-pantalla, el mismo que nos permite conectarnos, también nos separa al acentuar el frío de la distancia, y se convierte en algo que debemos romper para conectar realmente.
Podríamos empezar comprobando si las tradiciones en la enseñanza presencial se pueden replicar en el mundo online. ¿Cuántos de nosotros hemos intentado llevar algunos momentos que normalmente disfrutábamos en nuestro día a día, al mundo virtual? En mi caso particular, una tradición común en los talleres de diseño en arquitectura es que los estudiantes escriban su nombre en una lista para conseguir ser los primeros en recibir “críticas” (feedback) de sus diseños. Hoy, aun cuando la pizarra es virtual, todos seguimos sintiendo esa misma emoción.
Y, ¿si aprovechamos otras circunstancias? ¿Qué pasaría si el esperar a que terminen de conectarse nuestros estudiantes se convierte en un espacio para (re)conectar con nosotros mismos y entre todos? Antes pensaba que esos minutos de espera previos a la clase se convertirían en umbrales no necesariamente atravesables y que aterrizaríamos con algo de turbulencia a la sesión. Sin embargo, esos minutos de espera se convierten en esa oportunidad para generar espacios de tradición cuando le agregamos nuestra “sazón” personal y decidimos convertirnos en DJs y relajarnos con un buen playlist de bienvenida, preguntas rápidas y amenas que nos divierten y a la par permiten conocernos más… y, de paso, el mejor logro: aprender a ser puntuales, ¡para disfrutar ese momento! Esta actividad se convirtió en una tradición con emoción: el umbral se atravesó y conectamos de tal manera que se convirtió en el espacio esperado por todos y cada uno de nosotros.
Pienso que el trasladar tradiciones y generarlas nos hace ser más humanos y también nos permite conectar, emocionarnos y atravesar los umbrales. Esto no debería quedarse en ese espacio virtual, sino también pensar a futuro y ver cómo las nuevas tradiciones podrían trascender a los espacios no virtuales. Recuerdo otra de mis nuevas tradiciones, cerrar cada sesión online de taller de diseño con uno de los tips del libro The Architecture School survival guide. Pude comprobar en las siguientes semanas cómo varios de los tips que fui leyendo, calaron en algunos estudiantes y su pasión por la lectura también empezó a crecer. De pronto, aparecieron mensajes con pedidos de recomendaciones de libros de arquitectura porque querían empezar el tip “Lee al menos 30 minutos al día sobre arquitectura”. Inclusive, una vez se molestaron conmigo… ¡porque no hubo tiempo para leer la frase del día! Tuve que enviarla por correo a todos, quienes estaban esperándola con ansias.
Recordemos que muchas veces, somos los docentes quienes llevamos a nuestros estudiantes cerca de los umbrales y les alentamos a atravesarlos. La emoción y las tradiciones son las que nos ayudan a reforzar nuestros vínculos, y qué mejor que mantenerlas y crear nuevas en nuestros espacios virtuales. Nada es más enriquecedor que sentir y comprobar que la experiencia de atravesar los umbrales de descubrimiento es compartida, y más aún cuando son nuestros estudiantes quienes nos invitan a atravesarlos. Dejarse llevar y atravesar umbrales junto a ellos, nos permite disfrutar de este descubrimiento y continuar aprendiendo. Solo hay que confiar y emocionarnos.
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