Estas últimas semanas hemos visto un escenario político accidentado y con muchas actuaciones que nos deben llamar a la reflexión en diferentes aspectos. Fuera de los hechos que han sido expuestos públicamente en diferentes medios de comunicación, y que aún son materia de investigación, quisiera detenerme en el papel y la responsabilidad que tenemos nosotros como ciudadanos, como líderes, y, sobre todo, como educadores que velamos por la formación de los futuros profesionales que nuestro país necesita.
¿Podemos transformar el Perú sin una cultura de valores?
La transformación exige que tanto la innovación como la exigencia se sostengan sobre una cultura de valores. Esto es algo que creemos firmemente en la UPC, y constituyen, además, nuestros pilares desde que fuimos fundados. Si los valores no están presentes en la educación de una persona, no estamos hablando entonces de una auténtica formación. Y si no estamos formando a un profesional como se debe, significa que nosotros somos los principales responsables de los problemas que aquejan a nuestra sociedad, pero preferimos hacernos los desentendidos, miramos a un costado y hacemos lo más fácil que es echarle la culpa al sistema. La historia nos ha demostrado que una sociedad sin valores, es una sociedad que está condenada a desaparecer.
Es fundamental, entonces, que las instituciones educativas, responsables de formar a los futuros ciudadanos, analicemos y cuestionemos seriamente nuestro modelo educativo en todos sus frentes. ¿Contamos con protocolos y certificaciones que aseguren que nuestro personal administrativo y docente cuentan con la capacidad moral y ética para desempeñarse en nuestra institución? ¿esto es algo que medimos constantemente todos los años o solo nos conformamos con que los colaboradores firmen un documento sobre conflicto de intereses al entrar a laborar? Sumado a esta autoevaluación, debemos tener una actitud consecuente en todos los niveles, desde la cabeza de la organización, el equipo directivo, los colaboradores, docentes, nuestros socios estratégicos, proveedores, etc. No podemos promover una cultura de valores sin predicar con el ejemplo.
Es sumamente importante cortar de raíz los actos inmorales en nuestras organizaciones, penalizándolos y comunicándolos. Los castigos deben ser realmente ejemplificadores, así sea un colaborador clave o esté en un puesto crítico de la organización. Para ello, debemos habilitar un canal de denuncias anónimo que permita proteger la identidad del denunciante y hacer una investigación exhaustiva, de preferencia con una consultora externa.
Por ejemplo, por el lado del sector educación, creo que el sistema judicial podría contribuir mucho con transparentar los antecedentes penales y judiciales de los docentes, de la misma forma en que las centrales de riesgo manejan la información financiera de los clientes y los clasifican de acuerdo a su capacidad de pago. Las instituciones educativas podríamos consultar en este plataforma durante el proceso de incorporación, y reservarnos el derecho legítimo de decidir quiénes serán las personas que van a formar a nuestros alumnos.
Estoy segura que si trabajamos en equipo para sacar adelante este y otros mecanismos innovadores que favorezcan a una cultura de tolerancia cero frente a la corrupción y los actos inmorales, tendremos cambios significativos en poco tiempo. Solo de esta manera podremos corregir el curso de nuestra historia, asegurando una nueva generación de ciudadanos responsables, íntegros e innovadores que realmente amen y respeten a su país.
*Artículo publicado en el portal: https://marisolsuarez.com/, 18 de setiembre de 2020.