“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). En efecto, no existe “salud” sin salud mental, y no basta decir que no se tiene enfermedad para creer que se tiene buena salud.
Existen muchos factores externos que pueden afectar la salud mental de las personas. Sin embargo, la promoción de esta sí está en nuestras manos. Desde nuestro lado, podemos trabajar para lograr que se den mejores condiciones en el ambiente que nos rodea, o en las personas con quienes nos relacionamos. Con el respeto que todos nos merecemos, en cada actitud, en cada saludo, en cada acto, todos podemos contribuir al bienestar de nosotros mismos y de quienes nos rodean.
El psicólogo Martín Segilman, pionero de la psicología positiva, planteó que la felicidad no depende del estatus social. Dice: “La vida presenta los mismos contratiempos y tragedias en el optimista como en el pesimista, pero el optimista las resiste mejor”.
A veces no importan los hechos en sí, sino cómo los afrontamos. Es nuestra propia actitud frente a las adversidades la que puede lograr mejores resultados.
En realidad, cada situación de nuestro actuar diario es una fuente de oportunidades que puede ser vista desde una u otra perspectiva. Si todos los días fueran soleados, no los apreciaríamos tanto. Gracias a los días de invierno tenemos la oportunidad de notar detalles que no tenemos en el calor de un verano: los contrastes nos permiten valorar la vida.
La sonrisa de un niño opaca el cansancio producto de un largo día de trabajo. Un vaso de agua y un pan pueden ser inmensamente placenteros para alguien que caminó kilómetros de un país a otro.
Decir ‘muchas gracias’, ‘buenos días’ o ‘por favor’ genera un gesto nuevo en quien escucha esas frases. Ayudemos a alguien para que sonría una vez al día; si esa persona ríe, se sentirá mejor, pero si llega a soltar una carcajada, nosotros también nos sentiremos bien. La felicidad no es fácil de definir, no es constante, no es un momento específico por alcanzar. Según David Chalmers, “consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien querer y algo que esperar”. Se construye día a día con cada acción y elección que hacemos.
Debemos ser conscientes de que depende de nosotros el “poder sonreír” cada día, y que hacerlo ayudará al bienestar de nosotros mismos y de quienes nos rodean. Es nuestra decisión hacerlo así, contribuiremos a promover la salud mental en nosotros mismos y en aquellos con quienes convivimos.
*Artículo publicado en el Diario Publimetro en la sección Vida Sana, 4 de setiembre de 2018.