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¡Qué tal cuento!

18 mayo, 2020 by Carlos Adrianzén Deja un comentario

Había una vez un país ubicado en una zona extraña del planeta llamada Latinoamérica, donde la gente amaba el atraso y a los dictadores (usualmente vocablos que se acompañan tanto como el atraso y la democracia no republicana). Si avanzáramos un poco más en este asunto descubriríamos que –por aquellos terruños– la adhesión al atraso, paradójicamente, se estructuraba sobre la creencia de ser ricos. Repetían que tenían abundantes recursos que podían rentabilizar (minerales, pescados, frutales, yacimientos históricos y turísticos, etc.). Pero no se daban cuenta de que, día a día, sus gobernantes hacían todo lo posible por hundir a las industrias asociadas a estas actividades. Sus regulaciones y las leyes resultaban frecuentemente absurdas. Eran prolífica y consistentemente dirigidas a inflar la burocracia, facilitar su corrupción y favorecer a sus mercaderes cercanos.

Desde la escuela primaria hasta las universidades, y pasando por los medios de comunicación, se les había dicho que, dado que eran ricos, lo deplorable de las infraestructuras en las que vivían, de las escuelas donde estudiaban, de los hospitales donde se atendían, de los juzgados donde litigaban y hasta de las comisarías y los cuarteles que los defendían, eran así solo por una buena razón. Había algunos de ellos que, por su habilidad o esfuerzo, florecían desigualmente. Estos empresarios eran igual o mucho más poderosos que los burócratas que elegían recurrentemente y sobre cuyos latrocinios o atropellos hacían la vista gorda. En buen español, las leyes se aplicaban discrecionalmente.

A sus habitantes –gente buenita– les habían hecho creer que su problema número uno no era la pobreza (dentro de la que sus mayorías vivían), sino la desigualdad. Y eran tan mal educados en esas deplorables escuelas que de verdad creían que su pobreza se explicaba por una desigual distribución de la riqueza. E incluso llegaban a pretender que el progreso que –década tras década– no llegaba, se lograba deprimiendo la libertad política y económica de la gente y … robando la propiedad ajena. Era lo justo, según una recua de brutales dictadores del área, de apellidos Castro, Perón o Velasco.

A pesar de todo, para ellos –los ricachones y los pobretones– la pobreza de cada día tenía una salida: el comunismo. Lo compraban en cada elección o dictadura en sus diferentes grados y matices: social-democracia, marxismo, comunismo, progresismo o mercantilismo-socialista. Y es que todos se construyen sobre la opresión a las libertades y el irrespeto a lo ajeno. Los hechos confirman que todas estas variantes amaban consistentemente el fracaso y, de consolidarse, lo aseguraban a los extremos niveles de Cuba o Venezuela. También en la desangrada Argentina de la Kirchner y en el resto de la Latinoamérica. Incluso en el Chile del Frente Amplio, la Nueva Mayoría y el opaco Piñera. Políticamente, y dejando encendidas retóricas afuera, sus gobiernos buscaron la opresión y el robo a quienes invierten, locales o foráneos. Y bueno pues, lo obtuvieron.

Recientemente –con la inesperada llegada de un virus proveniente de China (nación a la que nunca le pediremos indemnización alguna)– el totalitarismo en la región (esa ideología que implica erosionar libertades y respeto a lo ajeno) experimenta un impulso súbito e impensado. A nombre de protegernos de nosotros mismos –fuentes del contagio– y de cuidar nuestra salud, los burócratas proscriben selectiva y entusiastamente consumos, inversiones y producción. Todo discrecionalmente, aunque con influencia efectiva solo en los ámbitos donde las leyes rigen (el llamado sector formal).

En medio de esta terrorífica batahola los gobernantes de turno se inyectan la poderosa vacuna contra la persecución por corrupción burocrática. Cómo hubieran querido, todos esos presidentes y ministros, hoy presos o prófugos a lo largo de la región, que bajo sus mandatos se hubiera desarrollado la pandemia de marras. Nadie hablaría hoy de sus fechorías. Incluso, a nombre de proteger a la sociedad, gastarían y nos endeudarían sin tamices y discrecionalmente. De hecho, gracias al virus de marras se volvieron tan poderosos que podrían destruir sectores enteros, cerrándolos en cuarentenas medievales. También encerrar en sus casas a los que ellos definirían como gordos o flacos, o viejos, en gestación o heterosexuales, o religiosos o pelirrojos. Las distopías totalitarias descritas no hace mucho por Huxley u Orwell serían hoy una suerte de chancay de a medio. Todo esto con el beneplácito de medios de comunicación insolventes, fundaciones globales y agonizantes partidos de izquierda; deseosos de perpetuarse en el poder y –como grafican los casos de Villarán o Lula da Silva– acceder a millonarias coimas.

Respecto a la sociedad un día después de que se deje de hablar a cada instante del virus chino, no contaré mariposas. Me quedo con la visión de Houellebecq, quien sostiene que el mundo será el mismo… un poco peor. Aunque mis razones son algo más inerciales. Lo que se está cocinando es el desenlace previsible para un país como el nuestro. Uno que resulta parecido al de este no-cuento. Aquí los candidatos (mayormente aventureros o genocidas) resultan elegidos –justamente– porque optan por lo fácil. Por regímenes totalitarios, tan socialistas y mercantilistas como les resulta posible: proveedores por tanto de fracaso seguro y popular.

¿O acaso usted no está de acuerdo que –por la quimera de una contención social que el Gobierno ni se esfuerza presupuestalmente a aplicar- se avasalle la libertad económica de millones de peruanos independientes, asalariados e informales? ¿No se ha dado cuenta de que una cuarentena drástica es una fábrica de contagios? ¿Que no se redirigen presupuestos hoy ociosos –a lo largo de todo el sector público– hacia la Salud, Contención y Contraloría? ¿Que ya no hay lucha anticorrupción burocrática? ¿De la escala mínima con la que se ayuda a la gente en desgracia? ¿Qué se está prohibiendo producir, consumir, invertir y hasta ser empleado? ¿Que las próximas elecciones con voto virtual van a resultar extremadamente predecibles?

Sí, es muy cómodo creer que quien avasalla nuestras libertades nos está protegiendo. Russell nos recordaba que resulta, en cambio, tremendamente extenuante reflexionar en general y mucho más particularmente en casos concretos. En la semana pasada, en una de esas redes donde se escribe poquito (en aras a evitar mayores complicaciones) leía a una señorita sentenciar a quienes esbozaban alguna crítica. Poco reflexivamente repetía: quien es feliz no critica. Pero ya sabemos que en el Mundo Feliz de Huxley nadie criticaba al Gobierno.

*Artículo publicado en el Portal El Montonero en la sección Columnas, 11 de mayo de 2020.

Manual para acabar con la pobreza

30 octubre, 2019 by Carlos Adrianzén Deja un comentario

¿Quién no ha sido tentado por hacer una comparación entre gobiernos? Los simpatizantes con cada personaje o con la ideología que este venda nos repetirían que toda comparación resulta odiosa. Discrepo. Las comparaciones, cuando basadas en evidencias, sirven. Nos instruyen respecto a ciertas causas y efectos. Nos puede ayudar a establecer quiénes acertaron y quiénes fueron pura retórica o unos incapaces como gobernantes. Por ello, los invito a regresar a la pregunta inicial: ¿Quién habría sido el mejor presidente del Perú? O para ser más preciso ¿Bajo qué presidencia –dados los congresos o la ausencia de estos, los antecedentes institucionales o los precios externos recibidos– nos habría ido mejor?

Nótese que desarrollar esta comparación implica pisar un terreno peligroso. Los partidarios del régimen con mejor evidencia lo apreciarán, el resto, estará furioso y lo etiquetará. A pesar de ello, revisemos la data. Espero que ustedes, apreciarán las lecciones. Para tratar de dibujar una respuesta a tal interrogante sirve de mucho facilitar las cosas. En este ejercicio usaremos los valores promedio de cada periodo presidencial (dividiéndolos entre los primer y segundo gobiernos de Belaunde Terry, García Pérez, Fujimori Fujimori; y las administraciones quinquenales de Humala Tasso, Toledo Manrique, de la dictadura militar de Velasco Alvarado y Morales Bermúdez ergo cerraremos con lo que va de la inconclusa administración Kuczynski-Vizcarra).

Así, en cada periodo compararemos los valores de las variables objetivo de la discusión (PBI por persona, población ubicada debajo de la línea de pobreza y tasa de incidencia de la pobreza) sobre las cuales estructuraremos cuatro observaciones. Estas sirven de base empírica para estructurar un sucinto manual para acabar con la pobreza, ofrecido en el título del presente artículo.

La primera observación compara la evolución del nivel de vida de un peruano promedio desde los días del primer gobierno de Belaunde Terry a la actualidad, bajo la accidentada gestión del sucesor del preso Kuczynski Godard. En este se contrapone la estable relación negativa entre el producto por persona en dólares constantes del 2010 de un peruano con los valores -estimados y publicados- de la tasa de incidencia de la pobreza monetaria a largo de once administraciones consecutivas. Aquí la línea de éxito la dibujará quien haya crecido más o reducido la pobreza monetaria en su periodo de gobierno.

Una precisión estimado lector. Como desde 1964 al 2000 no está publicada la tasa de incidencia de la pobreza, pero existe una estable conexión estadística entre las dos variables a nivel nacional y regional en el periodo 2001-2018, introduciremos un estimado de la incidencia de pobreza nacional y por regiones para el lapso faltante. En base a estas cifras construimos los promedios referenciales de pobreza monetaria desde el primer gobierno de Belaunde Terry hasta los finales de la segunda gestión fujimorista.

Este ejercicio resulta relevante e ilustrativo. Es relevante porque –grosso modo– las mismas variables que modelan estadísticamente el PBI por persona (términos de intercambio, valores rezagados, flujos de comercio exterior e inversión privada) explicarían también la pobreza. Es ilustrativo porque nos dibuja un altamente verosímil cuadro de escasa reducción de pobreza entre los años sesentas y finales de los noventas. Por aquellos años la reducción de pobreza era mínima casi una quimera. Su incidencia fluctuaba alrededor del 53%, cerca un tercio en Lima y Callao y el doble, en el resto del Perú. Sus recetas supuestamente salvadoras, subsidios masivos, controles de precios, barreras comerciales y mucha burocracia probaron ser fracasadas sino jugar el rol de sanguijuelas. Por ejemplo, la gestión del –adorado por algunos– dictador Velasco Alvarado, generó (en su mandato) medio millón de nuevos pobres; y en los años de influencia posteriores a éste, 6.7 millones de pobres.

Observación I: Ilusiones afuera

Ilusiones afuera, la evidencia de once administraciones consecutivas dibuja la primera observación. Y ésta deja sin piso a los subsidios y sus burócratas (y sus midis y sus foncodes y sus frondosas burocracias progresistas). Solamente altas tasas de comercio exterior e inversión privada reducen se asocian consistentemente con un mayor producto por persona… y mucho menor pobreza. Aquí el campeón fue la inercia post noventas y sus reformas de mercado.

La segunda observación nos refuerza la lección anterior. Tanto el Lima y Callao como fuera, habría sido el crecimiento económico –de todas las regiones y a lo largo de seis administraciones consecutivas– el que cambió la vida de millones de compatriotas.

Observación II: Mejores gobiernos

Algo que los cientos de reportes progresistas difícilmente podrán esconder es el que, desde la llegada de Fujimori Fujimori a Palacio de Gobierno, la pobreza monetaria se redujo a virtualmente su tercera parte fuera de Lima.

La tercera observación aquí es amarga. Bajo últimas dos administraciones –Humala Tasso y Kuczynski-Vizcarra – el promedio de reducción anual de la pobreza se ha comprimido notablemente. La apuesta gubernamental por mayor intervención estatal, trabas a los negocios, elevación de la presión tributaria a los formales y poco respeto por la propiedad privada y el orden público han tenido nefastas consecuencias. Invertimos menos, crecemos menos, reducimos la pobreza mucho menos.

Observación III: Se acabó el auge

La cuarta y última observación de esta secuencia sobre la evolución de la pobreza monetaria sugiere que -en las dos últimas administraciones- gracias a su apuesta por mayores gastos e intervenciones burocráticas cada vez reducimos menos la pobreza de nuestra gente. Nuestro entusiasmo por la burocracia salvadora dibuja otra vez el vocablo pobreza.

A propósito, el gobierno del difunto García Pérez tiene el registro más (y también menos) exitoso reduciendo la pobreza en el Perú de los últimos sesenta años.

El resto de gobiernos de centro izquierda –Humala Tasso, Velascato, Toledo Manrique, etc.- tuvieron, como era previsible, promedios mediocres y mucha retórica.

Observación IV: ¿Regresa la pobreza?

Del último gráfico merece destacarse como hemos pasado de sacar de la pobreza a un ritmo promedio de 1.3 y 2.3 millones de compatriotas en Lima y fuera de Lima –bajo la gestión aprista- a solamente 0.1 millón en Lima y Callao y regenerar pobreza fuera de Lima, en medio millón de compatriotas, a lo largo de la gestión actual.

El Manual

  1. La pobreza se reduce consolidando instituciones que respeten la libertad y los derechos de propiedad.
  2. La elevación de trabas, presupuestos y tributos –para redimensionar la burocracia- no reducen la pobreza. No se asocian a mayores inversión privada, comercio exterior y producto por persona. Ergo, enervan la pobreza.
  3. A mayor tamaño relativo del gobierno, mayor incidencia de la pobreza monetaria. En la revisión histórica de los últimos once gobiernos nacionales, la fase de mayor pobreza se asocia con un aparato estatal que fluctúa alrededor del 60% del PBI. La mejora ulterior se asocia a un tamaño relativo del gobierno equivalente a la mitad (ver primer gráfico).
  4. Como contrasta nuestra historia, los gobiernos con menor énfasis marxistoide (menor fe en el accionar burocrático y mayor confianza en las empresas y personas) han reducido en mayor medida la incidencia de pobreza, dentro y fuera de la capital. Y viceversa.
  5. La pobreza tiene pies. La población más joven, educada o emprendedora escapa de la pobreza regional o nacional emigrando a otros lugares con mayores niveles de ingreso.
  6. Cuando un candidato le ofrece acabar con la pobreza inflando prebendas desde el Estado… se está burlando de usted.
  7. Finalmente, la evidencia contrasta que –aun descartando el efecto estadístico de los términos de intercambio- el presidente que registró más éxito reduciendo la pobreza fue uno interesado entusiastamente en promover inversiones: el difunto, Alan García Pérez.

*Artículo publicado en el Portal El Montonero en la sección Columnas, 23 de setiembre de 2019.

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