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Motivación y enseñanza de la matemática: un matrimonio indisoluble

18 febrero, 2021 by Tito Viale Deja un comentario

Les planteo hacer un pequeño ejercicio (no se asusten, no es de matemática): cerremos los ojos y trasladémonos mentalmente a través del tiempo unos años atrás hasta nuestra época escolar. Nuestras mejores clases, ¿No eran aquellas en las cuáles nos gustaba intervenir y lo hacíamos participando con total libertad y comodidad? ¿O aquellas en las cuáles aprendíamos con mucho gusto? ¡Y lo mejor de todo es que conseguíamos buenas calificaciones! ¿Recuerdan haberse preguntado en alguna oportunidad por qué a este profesor de matemática sí le entendíamos y a este otro no? ¿Qué es lo que nos gustaba? ¿Qué nos movía?

La motivación es un vehículo metodológico que debe ser necesariamente implementado en el sistema de enseñanza-aprendizaje universitario, especialmente en los cursos de matemática.  La motivación no se reduce a unos minutos al inicio de las clases o al inicio del desarrollo de un tema en particular. Tampoco se centra en captar la atención de los alumnos solo por unos instantes al inicio de la clase. El proceso de la motivación es mucho más complejo y empieza desde la concepción del curso pasando, luego, por su diseño. La motivación no solo se dirige a la cognición de los alumnos; tiene, más bien, un alto componente emotivo, así como una gran relación con el rol del profesor, tanto dentro como fuera del salón de clase. Es por ello que el rol del docente debe centrarse, principalmente, en “inducir y provocar motivos en sus alumnos” (Díaz, Hernández; 1998). Es decir, motivarlos.

Para muchos entendidos en la docencia universitaria el sistema de enseñanza-aprendizaje, a diferencia de lo que ocurría antes, requiere de herramientas de motivación adicionales a la motivación propia por aprender que debe traer consigo cada estudiante. Solo de esta manera podrá apoderarse y hacer suyo el conocimiento impartido. Más aún en estos tiempos, ante la masificación de las universidades y la casi nula selección de los estudiantes que se proponen estudiar una carrera, es necesario contar con herramientas o vehículos metodológicos que formen parte del diseño del sistema de enseñanza-aprendizaje que capturen y sostengan la atención de los educandos. De esta manera, se optimiza la enseñanza y se alcanza el verdadero aprendizaje para un posterior desarrollo profesional competente. Los estudios de Gagné (1966) indican que estos vehículos serían la motivación y el vínculo que el docente puede llegar a establecer con sus alumnos.

Para justificar teóricamente la importancia de la motivación como vehículo metodológico en el sistema de enseñanza-aprendizaje, nos hemos basado en el planteamiento que, desde el punto de vista de la biología, hiciera Piaget en 1969. El estudio de Piaget giró en torno a las relaciones y similitudes existentes entre la vida orgánica y el conocimiento: el organismo biológico es el sujeto y el entorno o medio ambiente es el conjunto de objetos exteriores que este busca conocer.

El dictado de una clase sea cual sea la materia no garantiza el aprendizaje del alumno, pero sí debería ser desencadenante. La clase, por sí misma, no determina la adquisición de los conocimientos por parte de los estudiantes. Es el propio estudiante el que determina cuándo la clase es desequilibrante (motivadora) y, por lo tanto, cuándo logrará el cambio que se desea conseguir en él.

Si el sistema de enseñanza-aprendizaje no genera en el estudiante un desequilibrio cognoscitivo, no hay cambio ni aprendizaje por parte del sujeto. El entorno “bombardea” y el sujeto reproduce el estímulo de forma endógena. Nada del entorno representa instrucciones para él. Los organismos (y los sujetos) están dotados de autonomía para decidir cuándo llevar a cabo el cambio. La motivación y los estímulos externos ayudan a que ese cambio se produzca.

Para graficar lo anterior, voy a dar un ejemplo que un buen día, un profesor de la maestría, y amigo mío, me comentó: supóngase un gran barco que pasa por altamar y que, en su avance, genera grandes olas, de modo que los organismos que se encuentran en el fondo del mar reaccionan frente a este oleaje. Estos organismos, recálquese, no reaccionan frente al barco, sino frente al oleaje que este genera. No saben si lo que lo produjo fue un barco, un yate, un submarino, un nadador, o el paso de alguna otra especie animal más grande. Solo se estimulan ante la interacción (oleaje).

En un salón de clases, el alumno puede tener al frente, como profesor, al mejor especialista de ese curso. Pero si el docente no genera la interacción (motivación) necesaria para lograr el cambio en el alumno, el aprendizaje no se produce. También puede ocurrir lo contrario. Un profesor, aun no siendo tan especialista en determinada materia, puede tener las herramientas suficientes para generar la interacción (motivación) que logre el cambio en el estudiante.

La motivación es mucho más que dirigirse al sentimiento de los alumnos. Es una completa articulación de las actividades llevadas a cabo dentro y fuera del aula, desempeñando el profesor un rol preponderante.

Las investigaciones en torno a los desafíos o retos en las clases de matemática dan cuenta de la fuerte motivación generada en los alumnos: un entorno de clase que incentiva a los estudiantes a adoptar metas de aprendizaje (en lugar de buscar resultados) promueve el desarrollo de la motivación intrínseca. Los salones de clase deben facilitar la motivación intrínseca al enfatizar la autonomía de los alumnos, ofreciendo desafíos óptimos y la competencia necesaria que promueva la retroalimentación, comunicando una actitud de respeto y afecto hacia los alumnos.

Para mayor profundización sobre este tema, te invito a leer mi artículo https://www.researchgate.net/publication/299402518_IMPORTANCIA_DE_LA_MOTIVACION_COMO_VEHICULO_DESEQUILIBRANTE_EN_LA_ENSENANZA_DE_LA_MATEMATICA

La innovación es proceso y no magia

26 marzo, 2019 by Guillermo Quiroga Deja un comentario

Uno de los grandes mitos acerca de la innovación consiste en que se requiere de un momento único del tipo eureka, en el que se prende un foco en nuestro cerebro y se produce una idea genial y revolucionaria. Este mito tiene su origen en la simplificación de las historias que contamos. Nos encantan los relatos de héroes, momentos límites y finales felices. Pero la vida real es más simple. Ese momento clave es consecuencia de lo que no se cuenta: Los miles de horas previas de estudio, trabajo, experimentación y, sobre todo, fracasos pequeños o grandes.

El segundo mito que dificulta la innovación consiste en pensar que ésta reservada a unas pocas mentes. Con unas dotes singulares de creatividad y sólo ellas son capaces de generar ideas nuevas. La verdad es también más sencilla.

Todos con la motivación, contexto y herramientas adecuadas podemos y debemos ser innovadores. En un ecosistema favorable a la innovación, se produce el efecto que personas ordinarias logran resultados extraordinarios. Además, a diferencia de unos años atrás hoy contamos con un conjunto de técnicas y metodologías para innovar probadas y eficaces. El Design Thinking, el Storytelling, Agile y el Business Model Canvas han demostrado su valor y vemos sus resultados en empresas como Apple, Google, Tesla o Amazon.

Por tanto, hay que desmitificar la innovación sosteniendo que ella no es sólo para algunas empresas elegidas que cuentan con una magia especial. Al contrario, la realidad demuestra que las empresas pueden gestionar el proceso de innovación. Por ello, innovar requiere más trabajo y liderazgo que suerte. En ese sentido, no hay excusa para no plantearnos pro activamente estrategias y planes para nunca dejar de estar en modo innovación.

*Artículo previamente publicado en Día 1 del Comercio el 17.09.18

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