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El nacimiento del Homo Fotograficus

27 abril, 2018 by Enfoque UPC Deja un comentario

Una semblanza del fotógrafo Eugène Atget a cargo de la profesora Mariana Montalvo, directora de la Carrera de Comunicación y Fotografía.

Por: Mariana Montalvo Man ([email protected])

Eugène Atget (1857-1927) fue un fotógrafo francés que se hizo conocido por su trabajo documental de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en París. Desde la década de 1880 hasta su muerte documentó sistemáticamente las calles y los habitantes de París con una cámara fotográfica que utilizaba placas de bromuro de gelatina-plata que requerían un largo tiempo de exposición. También capturaba escaparates de tiendas y pequeños comercios. De esta manera, hizo decenas de miles de fotografías que vendió a propietarios de tiendas o a los artistas por un pequeño precio. Era el momento del auge de la pintura, por lo que vivió en la absoluta pobreza y fue recién después de su muerte que su fantástico trabajo fue descubierto y apreciado en su real dimensión.

Atget representa la vocación del comediante, del artista, el sueño de ser pintor por un momento. Apasionado por el teatro, quería ser actor, pero gracias a una enfermedad de las cuerdas vocales tuvo que cambiar de vocación. Atget entiende rápidamente que los pintores, arquitectos y diseñadores gráficos necesitaban documentación; es así como descubre la fotografía. Comienza a fotografiar sistemáticamente con la intención de vender y documentar a los pintores y dibujantes de la época.

Va a lo esencial del acto fotográfico: mirar la luz del sol y experimentar. Fue él quien tomó literalmente todas las calles y esquinas de París, miles de imágenes temprano en la mañana, la vida cotidiana de la calle en todas sus formas, los pequeños comercios, los carros, los interiores, los trabajadores, los burgueses, las mansiones, los árboles y los parques.

A fines del siglo XIX la fotografía acababa de ser inventada, era la prehistoria del medio. Los fotógrafos trataban de imitar la estética de la pintura impresionista mientras Atget se para allí, frente al motivo: no piensa, él refleja lo real. Así nace el Homo Photographicus. Eugène Atget es uno de los primeros en lograr imágenes claras y detalladas. Por eso se dice que él es uno de los precursores de la fotografía moderna.

Las lecturas más instructivas sobre la vida y obra de Atget las encontraremos en los escritores, poetas, periodistas, marchantes de arte e historiadores de la época. Todos conocen y veneran su obra. Mac Orlan describe, evocando el misterio de sus imágenes, su «maravilla puramente visual». Desnos destaca las «visiones de un poeta legadas a los poetas”. Pero, de nuevo, y este es quizás el punto esencial, Atget representa por sí mismo la historia de la fotografía. Siempre nos preguntaremos si él mismo se consideraba artista, si quizás habría querido ser documentalista. Nunca lo sabremos. La única certeza que tenemos hoy es que se trató de un virtuoso precursor que nos ofrece imágenes a través de las cuales vemos el final de un mundo antiguo y el comienzo de una nueva era, no muy lejos de nuestro hoy.

(Imagen tomada de https://www.moma.org/artists/229)

De la teoría sueca del amor a la comunicación auténtica

22 marzo, 2018 by Enfoque UPC Deja un comentario

Planteo un acercamiento a las nuevas teorías del individualismo al tomar como punto de partida un documental de Erik Gandini sobre la actual sociedad sueca.

Por: Rossana Echeandía ([email protected])

En días del Óscar, cuando las mejores películas se disputan los tiempos libres para ir a verlas, quise salir un poco de la ficción y buscar un documental que hacía tiempo tenía ganas de ver: La teoría sueca del amor, de Erik Gandini, acerca del ideal de individualismo radical que ha alcanzado esa sociedad.

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Ahora que contamos con infinidad de medios para comunicarnos de inmediato y a donde sea, invasivos y omnipresentes, resulta que el individualismo es más viable, aunque de él surjan, amenazantes, la pesadilla de la incomunicación y de la soledad que se van instalando en las mentes y en los corazones humanos hasta convertirse en una epidemia.

Si el mundo aspira al individualismo y parece cómodo con una comunicación virtual, superficial, incapaz de suscitar el encuentro de un yo con un tú, ¿por qué habría de interesarnos una comunicación auténtica? Filósofos como Martin Buber y Álvaro Abellán señalan que esta es una condición imprescindible para que el ser humano, “el único animal que tiene palabra”, avance hacia su plenitud. ¿Estarán equivocados?

Antoni Mari, uno de los promotores del individualismo radical, agradece a la modernidad la aparición de la multitud y, con ella, de la soledad primordial, pues, es en “esa masa de seres anónimos e indocumentados donde puede gozarse la soledad” en todas sus consecuencias: igual para todos los que están allí, todos juntos, todos solos.

Es preciso coincidir con Mari en que en la multitud y la soledad puede manifestarse poderosa. El problema es desearla en busca de una individualización radical. Después, que se ha alimentado el ideal de la independencia personal, ahora, hay que dar otro salto. Por eso, Mari celebra que la “segunda modernidad” se ha liberado de las formas tradicionales de la socialización, dando lugar a una individualización que hace capaz y autónomo al “individuo para construir su propia identidad, producir su biografía y planificar el curso de su vida sin necesidad de recurrir a los medios sociales y morales de la primera modernidad”. Para él, las “formas tradicionales de la socialización” constituyen un peso del cual debemos liberarnos en pro de una individualización radical que prescinda de los vínculos sociales y morales que caracterizan a un grupo humano.

Y eso es precisamente lo que está ocurriendo en los países nórdicos, culturas altamente individualistas e incomunicadas cuyas necesidades materiales básicas están satisfechas. Al final del camino de ese ideal, sin embargo, no nos encontramos con la felicidad prometida sino con un peligroso vacío existencial.

El minucioso trabajo de Gandini revela que en estas ‘sociedades’ reinan la abulia más profunda, el aburrimiento y la soledad, donde, las personas han perdido la habilidad de cultivar y sostener vínculos sociales: nada debe atentar contra el propio individualismo; nada debe comprometer al yo con un tú.

Hay otras investigaciones acerca de esa sociedad, como El infernal ‘paraíso’ de la soledad sueca, donde, Mario Silar alerta que el 50% de los suecos viven solos y sufren las consecuencias de una manipulación perversa de nociones básicas como voluntariedad, autonomía, independencia y relaciones humanas. Un ideal de autonomía radical que atenta contra “la estructura antropológica fundamental del ser humano como un ser-de, ser-para y ser-con, único ámbito desde el cual se puede ser verdaderamente libre y responsable” y sentirse realizado, según escribió Joseph Ratzinger en La libertad y la verdad.

Para Mari, la deseada “individualización supone la disolución de los vínculos tradicionales… sin un entorno doméstico y familiar, sin relaciones normales de trabajo, sin cultura de clase, sin responsabilidades sociales, sin proyecto o azar común y sin complicidad con lo otro que no sea una extensión de sí mismo”.

Y es verdad que el individualismo nos ‘libera’ de las responsabilidades y de los compromisos que implican las relaciones sociales auténticas, pero también nos pierde el espacio del encuentro con otro que nos permite establecer vínculos para consolidar nuestra naturaleza de seres en relación.

El documental de Gandini, que recomiendo ver y discutir, muestra al sociólogo Zygmunt Bauman describiendo qué ocurre cuando el individualismo radical atrofia la capacidad del diálogo auténtico: “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia, no está la felicidad; está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento absolutamente inimaginable”.

(Imagen tomada de https://eldocumentaldelmes.com/es/doc/the-swedish-theory-of-love-2/)

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